¡Hola, Chocolectores! Las entrevistas han vuelto y esta vez traigo la de mi autora adoptada.
Creadora ocasional de amigurumis, soñadora incurable, observadora curiosa de la gente en la calle, vegetariana de nacimiento, tía favorita de cuatro niños increíbles. Desde que el destino me golpeó: escritora y profe de narrativa.
Ex profe de inglés, ex traductora, ex intérprete de conferencias, ex pizzera, ex voz de esas que oyen los estudiantes cuando están aprendiendo español y les ponen diálogos en un CD. Siempre quise dedicarme a escribir, pero el vértigo era más fuerte que yo. Luego llegó la crisis, y ya no hubo más presupuesto para seguir pagando la nómina del miedo. Desde entonces soy la versión más feliz de mí que he conocido, sentada frente al ordenador, con mi gato tumbado cerca del teclado y, al otro lado, una taza de café.
¿Por qué Martha Faë?
Cuando –pasados muchos años– al fin me decidí a dejar que alguien leyera
lo que escribía, me di cuenta de que me gustaba mucho la fantasía y me
apetecía tener un apellido diferente, algo que casara con el tipo de
libros que quería escribir. Así que me puse a pensar en distintas
posibilidades. Y, tras sopesar muchas opciones bastante absurdas, me
quedé con Faë, que viene de Fae, una versión de “Fairy” (hada en
inglés). Crecí en un entorno bilingüe y luego hice filología inglesa,
así que siempre me he sentido muy unida al inglés y a la cultura
anglosajona, de allí que no me resultara demasiado extraño tirar en esa
dirección.
¿Entonces la fantasía influenció en tu escritura más allá del nombre artístico?
En un principio sí. Los mundos mágicos, esos donde todo puede ocurrir
siempre me han fascinado. Quería sentir la libertad de crear mis propias
reglas, de sumergirme en lo que escribía como en un túnel capaz de
sacarme del ritmo de locura con el que tenía que trabajar cuando empecé a
escribir Amaranta, el primer libro que terminé y para el que tuve que
rascar minutos de donde no los había.
¿Eso ha cambiado conforme te adentrabas en el mundo de la escritura?
Muchas cosas han cambiado desde que terminé Amaranta. Poco a poco fui
aprendiendo a gestionar mejor mi tiempo y mi concentración para
escribir. Luego me quedé sin trabajo de un día para otro y aposté por
escribir a tiempo completo. Eso me llevó a tener un contacto más directo
con mis lectores y allí fue cuando empecé a girar hacia el realismo
mágico, que es con lo que me identifico plenamente.
¿Cómo fue ese cambio de género? ¿En qué te influyeron los lectores?
El cambio de género me ha liberado. Soy muy tímida y eso se reflejaba
mucho (demasiado incluso) en mi escritura. Elegí en un principio la
fantasía porque me gusta. Escribí para niños y luego para jóvenes porque
me gustan esos ámbitos como lectora. Sin embargo, siendo algo a lo que
le tenía cariño, no era el género con el que de verdad me identificaba,
aquel que más leo y con el que de verdad se me van las horas sin apenas
darme cuenta. Hace poco más de un año conocí en persona a Begoña Pérez
Ruiz, una autora de fantasía que me encanta. Habló conmigo como lectora y
se puede decir que me puso las pilas, no encontraba en mis letras la
autenticidad que me veía al charlar frente a frente. Fue el empujón que
necesitaba para pasarme a escribir realismo mágico, que es lo que me
apasiona. Aprendí algo muy valioso: no debes escribir algo que te guste
sin más, tienes que apostar por lo que te enloquece.
¿Qué te introdujo al realismo mágico?
Mi familia, o el colegio, o mi cultura. La verdad es que ahora mismo no
sabría decir qué me introdujo al Realismo Mágico. Nací en México (donde
viví hasta los 16 años) y recuerdo de siempre a los mayores de mi
familia contando historias que mezclaban con absoluta naturalidad lo
real y lo mágico, borrando los límites entre lo uno y lo otro. Luego leí
a García Márquez muy jovencita. Quizás tuviese doce o trece años cuando
"El amor en tiempos del cólera” cayó en mis manos. Se convirtió en uno
de mis libros favoritos, lo adoraba y lo adoro hasta la fecha. Devoré
todo lo demás que pude encontrar de ese autor.
¿Qué diferencia viste al llegar a España?
Me parece que aquí las fronteras entre lo real y lo mágico están mucho
más claras. Las cosas tienden a ser realistas o fantásticas, pero no se
entretejen. Hay que irse a pueblos para encontrar relatos contemporáneos
en los que los dos ámbitos coincidan. Mi primera impresión cuando pisé
España fue que la literatura aquí tendía mucho más al realismo. Es
cierto que en Galicia, por ejemplo, hay un realismo mágico especial,
aunque diría que se aleja del latinoamericano. Es más de brujas,
mientras que el latinoamericano hecha mano a menudo de espíritus que
conviven con naturalidad con los vivos. No hay oscuridad ni miedo, sino
una desaparición de la frontera entre vivos y muertos. Supongo que esto
que se refleja en el realismo mágico responde a la manera en la que se
asimila la muerte en muchas culturas latinoamericanas. Puedo hablarte en
especial de la mía, la mexicana. Como sabrás, el Día de Muertos es una
de nuestras fiestas grandes. Es una fiesta alegre, donde se recuerda a
la gente que ya no está entre nosotros pero sin tristeza, celebrando
quienes fueron y con el sentimiento de que, de alguna manera, aún están
con nosotros. Por eso los vivos “comparten” comida con los muertos, como
se haría en cualquier cena familiar. Sé que puede resultar complicado
de entender, pero así como se prepara la comida favorita de alguien a
quien se invita a casa, en México preparamos lo que le gustaba más a
nuestros muertos y se lo ofrecemos. Es una fiesta de flores, de comida,
de mucho color. Son precisamente estas notas coloridas las que adoro en
el realismo mágico latinoamericano. La exuberancia, la capacidad de
llegar a la exageración sin que el lector cuestione nada. Los personajes
pueden ahogarse literalmente en sus propias lágrimas o tejer una manta
que cubra kilómetros, como en “Como agua para chocolate” y no por ello
el lector salta mentalmente al terreno de la fantasía, sino que se
mantiene en lo real sin cuestionar.
¿Y vosotros, Chocolectores? ¿Conocíais todo eso de la autora? ¿Qué os pareció la entrevista?